Los parásitos que podrían curarte

Gloria (nombre ficticio) llega al laboratorio en la ciudad de Brisbane, en Australia, y el médico le pide que se siente en una silla. Gloria es celíaca, no puede ingerir ningún alimento que contenga gluten debido a que su sistema inmune ha destruido las células que producen las enzimas que ayudan a descomponer esta sustancia. Hoy se encuentra aquí para participar en un pequeño ensayo clínico en busca de un tratamiento para su enfermedad. El especialista se acerca a Gloria y le muestra una gasa humedecida que debe colocarse sobre el antebrazo durante un par de horas. La gasa contiene 20 larvas del gusano parásito Necator americanus con el que los médicos van a infectarla durante unas semanas y observar los efectos sobre su intolerancia al gluten.

Dos horas después, Gloria puede levantar la gasa y observa varios puntos rojizos en la piel. Son los lugares por los que han penetrado las larvas, que ahora se dirigen a sus pulmones a través de su flujo sanguíneo. En unos días, cuando alcancen un grado mayor de maduración, ascenderán por la traquea hasta alcanzar la garganta. Gloria toserá en algún momento y las larvas accederán a su esófago y por allí tendrán vía libre hacia su sistema digestivo, concretamente a su intestino, donde vivirán extrayendo pequeñas cantidades de sangre y sin causar mayores problemas.

El ensayo en el que participa Gloria se realizó en 2015 con 12 voluntarios celíacos que en las siguientes semanas fueron ingiriendo de forma gradual diferentes cantidades de comida con gluten para comprobar si las larvas habían modificado la reacción de su sistema inmune. Al final del proceso, todos los voluntarios pudieron comer un plato entero de pasta sin sufrir ninguna consecuencia. Y lo más impactante: cuando se les ofreció la posibilidad de tomar una pastilla para acabar con el parásito de sus intestinos, ninguno de ellos quiso tomarla.

Este es uno de los trabajos coordinados por el grupo de Alex Loukas, en el Instituto Australiano de Salud y Medicina Tropical, en el que trabaja el español Javier Sotillo, quien lleva siete años en el centro y acaba de publicar en la revista Scientific Reports un estudio que demuestra el papel que tienen las proteínas segregadas por estos parásitos en nuestros intestinos. “Tradicionalmente se ha enfocado la parasitología como la búsqueda de una manera de acabar con estos ‘bichos malos’”, explica a Next. “Lo que hemos hecho aquí es darle la vuelta a la tortilla y preguntarnos qué beneficios podemos sacar nosotros de ellos”.

El interés por el papel de los parásitos en la regulación de nuestro sistema inmune se remonta a hace unas décadas, cuando empezó a aceptarse la llamada “hipótesis de la higiene”. Lo que parecen tener claro los inmunólogos es que el exceso de limpieza de las sociedades occidentales está correlacionada con la aparición de alergias y enfermedades autoinmunes. “Si coges un mapa del mundo”, explica Sotillo, “verás que donde hay mas enfermedades autoinmunes es donde hemos eliminado estos parásitos y bacterias en los últimos 50 años. Donde hay muchos parásitos hay pocas enfermedades autoinmunes y viceversa”.

Lo que sucede a nivel inmunológico es que los humanos hemos coevolucionado con una serie de organismos (parásitos o las propias bacterias que colonizan nuestro cuerpo), que siempre han generado una respuesta inflamatoria y de nuestros linfocitos. “Cuando no tenemos la exposición a estos parásitos y bacterias desde pequeños, estas respuestas antiinflamatorias se manifiestan en forma de alergias y otras enfermedades”, explica Sotillo. Es como si tuviéramos un ejército inmenso al que cuando no le dan trabajo le da por atacar al propio organismo. Y en algunos casos, introducir un agente externo para entretener a estos ‘soldados’ puede ayudar al sistema inmune a regularse y dejar de atacar al individuo.

El estudio sobre el papel de los parásitos helmintos comenzó en la década de 1990, cuando se vio que algunas de las respuestas que desatan en nuestro organismo son antiinflamatorias y podrían ayudar a combatir enfermedades como la colitis o la enfermedad de Crohn, en las que la inflamación juega un papel principal. A este grupo de gusanos parásitos se los conoce porque son especies transmitidas por el suelo (STH, Soil Transmitted Helminths) y afectan, según un estudio de 2012, a más de 2.000 millones de personas. A diferencia del estudio controlado – donde solo se trabaja con 20 larvas – en los países menos desarrollados pueden inundar el organismo de algunas personas con centenares de individuos y provocar problemas de salud. Los que más interesan al grupo australiano son los denominados hookworms (gusanos de gancho), llamados así porque se anclan al intestino con una sujeción en forma de anzuelo. Cuando uno de estos gusanos se pega a la pared intestinal, nuestro sistema inmune desata todas las alarmas, así que si quiere sobrevivir el gusano empieza a segregar un montón de sustancias antiinflamatorias y anticoagulantes para minimizar el daño al hospedador y pasar todo lo desapercibido que pueda.

Es esta estrategia que le permite sobrevivir y no matar al hospedador la que ha hecho de los parásitos una fuente de posibles tratamientos. Como infectar a humanos con parásitos supone una barrera psicológica, se han hecho pruebas con huevos de gusanos que parasitan al cerdo que al ser ingeridas provocan una reacción similar, aunque tienen el inconveniente de que el tratamiento debe ser periódico y continuado. El equipo de Loukas ha obtenido permiso para reproducir el experimento de los gusanos contra la celiaquía en un grupo de 200 personas en Australia y Nueva Zelanda, pero paralelamente investigan en un sistema menos agresivo y que podría tener un desarrollo farmacéutico más sencillo: utilizar las proteínas que segregan los helmintos para tratar a los pacientes sin necesidad de introducir el parásito.

“Reintroducir un parásito que lleva años extinguido de los países del primer mundo no parece buena idea”, explica Sotillo. “Y también hay gente muy escéptica con esto o a la que no le gustaría infectarse con un parásito. Por eso, estamos viendo qué proteínas del gusano de gancho son antiinflamatorias y podrían estar implicadas en estos procesos”. El primer trabajo para analizar el papel de estas sustancias segregadas por los gusanos lo hizo su compañera Ivana Ferreira en 2012, con un modelo de ratón en el que podrían inducir colitis y vieron que las proteínas tenían un efecto antiinflamatorio inmediato y los animales se curaban. En el trabajo publicado hace unos días por Sotillo en Scientific Reports han analizado los efectos concretos de estas proteínas de los parásitos en las células intestinales epiteliales y en la lámina propia.

Cuando introducen en estos ratones con colitis los productos de excreción/secreción del parásito Ancylostoma caninum, los efectos de la colitis son contrarrestados. En concreto, el mucus que actúa de barrera vuelve a segregarse y reaparecen otras proteínas involucradas en la homeostasis, en la regeneración del tejido y en recomponer la integridad intestinal. “Todo esto es básicamente para poder diseñar mejor los nuevos fármacos contra esta y otras enfermedades intestinales”, relata Sotillo. El objetivo es encontrar la proteína que hace efecto y luego sintetizar el péptido que realmente está actuando. De ese modo, se eliminarían los potenciales efectos secundarios y sería más fácil de sintetizar y producir en un laboratorio farmacéutico. “Es el primer paso para convertirlo en un futuro tratamiento”, concluye.

Tomado de: Voz Pópuli 

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